¿Tuviste alguna vez ganas de nadar en lugar de
caminar? ¿De formar parte de un mundo totalmente tuyo, en el que pudieras
sentirte
a tus anchas? ¿De hundirte en lo más profundo sin que te importe lo que piensen
de ti?
Si te pasó esto alguna vez , entonces eres una sirena.
Hermosas, rebeldes,
seductoras, las sirenas hacen lo que se les dá la gana y constituyen uno de los
mitos más esquivos. Ariscas y elusivas, no se entregan fácilmente y esto les dá mayor
misterio y poder.
Sigmund Freud decía que son
una mezcla de seducción y peligro; y yo agrego: son un fiel retrato de la mujer
de hoy.
Las sirenas, y su relación
con lo mitológico, son un reflejo de cómo lo femenino ha sido visto siempre desde
una lectura masculina. Una mirada del mundo más bien “racional”, que tiende a buscar la lógica y si
no la encuentra o no puede explicar algo directamente lo asocia con el miedo.
Sin dudas, los hombres
tienden a temer a las mujeres que desafían su intelecto, su virtud o sus sentidos
y en este sentido lo femenino queda relacionado a lo sobrenatural: todo aquello
que no se logra explicar racionalmente.
Lo femenino encarna todo
aquello que los hombres no pueden explicar en su cuerpo, sus emociones, su
temperamento. Todo lo que lo femenino despierta en él desde las primeras
civilizaciones ha sido relacionado con lo misterioso, lo oscuro, lo
impredecible.
La mujer se ha desenvuelto
en el ámbito de lo privado, para trascender luego al espacio de lo público, que
hasta hace muy poco le había estado vedado. Para romper estos esquemas
tradicionales ha necesitado usar herramientas como la astucia, la capacidad de
seducción, la autonomía, la inteligencia, la intuición, la capacidad de
disfrutar, la irreverencia y el placer por los juegos vertiginosos.
Las sirenas son dueñas de lo
más profundo de lo humano, y estas herramientas les han sido cedidas para ser
usadas en su ventaja. ¡Así que a zambullirse en el mar
y a disfrutar de ser sirenas!
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