Hay algo que diferencia a la
gente feliz y satisfecha de los infelices quejosos, que tienen los que crecen y
maduran, y que no tienen los paralizados que involucionan. Algo que
produce cambios favorables en la sociedad. Es el entusiasmo.
La gente que hace cosas
productivas, que concreta sus sueños y que pone empeño en convertirse en lo que
quiere, siempre es entusiasta.
¿Qué es el entusiasmo? En
latín enthusiasmus significa “llevar
un dios adentro”. Un dios que te protege y te da fuerzas, una fuerza divina que
es motor de todo lo que haces.
Según el diccionario, es la
exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por algo que lo admira o cautiva. Es
la adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño. Es la
inspiración divina de los profetas, el arrebato creador de artistas y poetas.
Cuando estamos entusiasmados
nos acompaña un ejército invisible dispuesto a luchar por las metas que nos
proponemos. Nadie nos puede detenernos. Tenemos ganas de intentarlo. No nos
arredra ningún esfuerzo. Creemos en nosotros mismos. Sabemos que lo lograremos.
Y nos divierte intentarlo. Sabemos que vale la pena.
Lo contrario del entusiasmo es
la abulia, la depresión, la indolencia, la decepción.
Cuando tenemos entusiasmo,
tenemos esperanzas, confiamos en nuestros sueños. Y lo mejor del entusiasmo es
que es contagioso y pone en marcha hasta las voluntades de los más escépticos.
El filosofo Bertrand Russell dijo que “El signo más universal y distintivo de
los hombres felices es el entusiasmo”.
Cuando estás entusiasmada sientes
que sólo tienes comienzos por delante. ¿Por cuál vas a empezar?
Una vez escuché al magnate
Donald Trump diciendo que todos los grandes gerentes del mundo le tienen pánico
a hacer esa llamada importante cada mañana, la llamada vital que les cerraría el
negocio. Y que él llegó lejos sólo por hacer esa llamada cada día, aun muerto
de miedo. Al tomar el teléfono, su mano temblaba, pero hacía la llamada igual,
aterrado de tener que escuchar un rechazo a su propuesta. Y siempre resultaba
bien porque era el primero y único en llamar a primera hora de la mañana. A los
demás los paralizaba el miedo.
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