jueves, 14 de febrero de 2013

Por qué debes creerme si te digo que eres una sirena


 ¿Tuviste alguna vez ganas de nadar en lugar de caminar? ¿De formar parte de un mundo totalmente tuyo, en el que pudieras sentirte a tus anchas? ¿De hundirte en lo más profundo sin que te importe lo que piensen de ti? Si te pasó esto alguna vez , entonces eres una sirena.
 Hermosas, rebeldes, seductoras, las sirenas hacen lo que se les la gana y constituyen uno de los mitos más esquivos. Ariscas y elusivas, no se entregan fácilmente y esto les mayor misterio y poder.
Sigmund Freud decía que son una mezcla de seducción y peligro; y yo agrego: son un fiel retrato de la mujer de hoy.
Las sirenas, y su relación con lo mitológico, son un reflejo de cómo lo femenino ha sido visto siempre desde una lectura masculina. Una mirada del mundo más bien  “racional”, que tiende a buscar la lógica y si no la encuentra o no puede explicar algo directamente lo asocia con el miedo.
Sin dudas, los hombres tienden a temer a las mujeres que desafían su intelecto, su virtud o sus sentidos y en este sentido lo femenino queda relacionado a lo sobrenatural: todo aquello que no se logra explicar racionalmente.
Lo femenino encarna todo aquello que los hombres no pueden explicar en su cuerpo, sus emociones, su temperamento. Todo lo que lo femenino despierta en él desde las primeras civilizaciones ha sido relacionado con lo misterioso, lo oscuro, lo impredecible.
La mujer se ha desenvuelto en el ámbito de lo privado, para trascender luego al espacio de lo público, que hasta hace muy poco le había estado vedado. Para romper estos esquemas tradicionales ha necesitado usar herramientas como la astucia, la capacidad de seducción, la autonomía, la inteligencia, la intuición, la capacidad de disfrutar, la irreverencia y el placer por los juegos vertiginosos.
Las sirenas son dueñas de lo más profundo de lo humano, y estas herramientas les han sido cedidas para ser usadas en su ventaja. ¡Así que a zambullirse en el mar y a disfrutar de ser sirenas!


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